Aunque la teoría moderna del magnetismo sostiene que
un campo magnético resulta del movimiento de cargas, la ciencia no siempre ha
aceptado esta idea. Es demasiado fácil demostrar que un poderoso imán no ejerce
ninguna fuerza sobre la carga estática. En el transcurso de una demostración,
en 1820, Hans Oersted presentó un experimento para que sus estudiantes
observaran que las cargas en movimiento y los imanes tampoco
interactuaban. Colocó la aguja magnética de una brújula cerca de un conductor,
como se aprecia en la figura 29.12. Para su sorpresa, cuando envió la corriente
a través del alambre, una fuerza giratoria actuó sobre la aguja de la brújula
hasta que ésta apuntó en una dirección perpendicular al alambre. Más aún, la
magnitud de la fuerza dependía de la orientación relativa de la aguja de la
brújula y la dirección de la corriente. La máxima fuerza de giro se presentó
cuando el alambre y la aguja estaban en posición paralela antes de que
circulara la corriente. Si inicialmente estaban en posición perpendicular, no
se experimentaba ninguna fuerza. Evidentemente, se establece un campo magnético
debido a la carga en movimiento a través del conductor.
En el mismo
año que Oersted hizo su descubrimiento, Ampére encontró que existen fuerzas
entre dos conductores por donde circula una corriente. Dos alambres por los que
fluía corriente en la misma dirección se atraían entre sí, mientras que
corrientes con direcciones opuestas originaban una fuerza de repulsión. Unos
cuantos años después, Faraday descubrió que el movimiento de un imán al
acercarse o alejarse de un circuito eléctrico produce una corriente en el
circuito. La relación entre los fenómenos eléctricos y magnéticos ya no se puso
en duda. Actualmente, todos los fenómenos magnéticos pueden explicarse en
términos de cargas eléctricas en movimiento.
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